2 de agosto de 2016

Entre el arte y la vida

Decíamos en el anterior post de esta serie dedicada a Verdad y método que la idea de transformación era capital en Gadamer para dar explicación a la experiencia artística, entendiendo transformación como el proceso según el cual «algo se convierte de golpe en otra cosa completamente distinta, y que esta segunda cosa en la que se ha convertido por su transformación es su verdadero ser». Esta transformación no es en Gadamer una ensoñación o una alucinación, sino que es auténtica metamorfosis que nos permite adentrarnos de modo más profundo en la verdad de las cosas, sencillamente porque podemos apreciar en ellas de otro modo su misma verdad que se nos manifiesta: «en la representación escénica (artística) emerge lo que es». Aunque no se le puede negar que esta idea es fantástica, a mi modo de ver Gadamer no acaba de argumentar bien ni de fundamentar adecuadamente por qué esto es así. En cualquier caso, él lo explica de modo magistral con estas palabras (aunque es una cita un poco extensa no me resisto a transcribirla en su integridad):

«‘La realidad’ se encuentra siempre en un horizonte futuro de posibilidades deseadas y temidas, en cualquier caso de posibilidades todavía no dirimidas. Por eso ocurre siempre que una y otra vez se suscitan expectativas que se excluyen entre sí y que por lo tanto no pueden cumplirse todas. (…) Y cuando en un caso particular se cierra y cumple en la realidad un nexo de sentido de manera que todo este curso infinito de las líneas de sentido se detenga, entonces una realidad de este tipo se convierte en algo parecido a una representación escénica».

La vida de cada hombre es una sucesión de actos mediante los cuales la quiere construir; actos con los que va resolviendo (salvando en sentido orteguiano) las distintas situaciones que se le presentan. Según Gadamer, la vida se asemeja a un juego en que su ser es siempre resolución, decisión y responsabilidad, enérgeia y ergon en pos de un télos. Esta actividad lúdico-artístico-vital permite que la realidad se vaya superando a sí misma alcanzando (en el decurso vital) lo más verdadero de su propia realidad. Y cuando uno ve una buena vida (de modo análogo a cuando uno ve una buena obra de arte), es capaz de admirarse por lo que hay en ella de verdadero, esto es, «hasta qué punto uno conoce y reconoce en ella algo, y en este algo a sí mismo». Este reconocimiento no consiste en un volver a ser consciente de algo que ya se conocía, sino de conocer aquello que ya se conocía pero como algo más que lo ya conocido, como algo nuevo y que marca la diferencia con lo conocido previamente. Para acercarse a la verdadera esencia de lo ya conocido hay que reconocerlo según este giro provocado por la transformación en construcción; es un poner de relieve (‘pensamiento en relieve’ dirá Eugenio d’Ors) la esencia profunda (inaccesible ‘antes de’) de las cosas.

Fiel a su idea de experiencia ontológica global, todo esto es consecuencia de un proceso que va más allá de las intenciones específicas de todos y de cada uno de los agentes participantes: el resultado de esta transformación «es más que lo que él sabe de sí mismo». El juego o el arte no se concibe como la satisfacción de una necesidad, sino como «la entrada en la existencia de la poesía misma», el venir a la existencia un nuevo modo en que la realidad se manifiesta a sí misma cada vez en sus estratos más profundos, cada vez en su más íntimo ser. Y este íntimo ser no se da de una vez por todas mediante ideas abstractas, sino que se da en el seno de este juego artístico: es algo experiencial. Experiencia de la que se sale cualquier agente del proceso que reflexione objetivamente sobre el mismo (o que únicamente reflexione objetivamente sobre el mismo) en lugar de abandonarse lúdicamente en él. La mediación, para que sea tal, ha de ser total, global; no se trata de una actividad lúdica que en segunda instancia nos sirve de medio para acceder a estratos profundos de la realidad, sino que ese acceso no se puede dar sino es a una vital y lúdica o artísticamente, que es distinto; en cuanto se abandona esa actitud, uno se queda fuera. También es cierto que este acceso no sigue una vía unívoca, sino que sigue tantas vías como representaciones artísticas (vitales) se puedan ofrecer, siempre desde la consideración de que esta variedad de representaciones no es mera arbitrariedad, sino un reflejo fiel de la realidad que se manifiesta convenientemente de diversos modos.

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