31 de mayo de 2016

Seamos caritativos. ¿Con lo institucional?

Si algo caracteriza nuestras sociedades es el peso de lo institucional. Muchos de nosotros vivimos en ciudades ampliamente masificadas, grandes urbes en las que convivimos con miles y miles de personas que ni conocemos ni conoceremos jamás; y sin embargo, estamos abocados a entendernos con todas ellas, cuanto menos a convivir. ¿Cómo hacerlo si no es a través de las instituciones?

No es raro escuchar mensajes en contra de lo institucional, en el sentido de que per se es algo negativo. ¿Es negativo o perjudicial lo institucional? Personalmente creo que no. Pero, ¿no contribuye a que nos tratemos como socius en lugar de cómo prójimos, tal y como veíamos en un post de hace unas semanas? Pues no necesariamente. Quizá su negatividad se ponga de manifiesto cuando se erige en un fin en sí mismo, y se desvirtúe su fin original que no es sino estar al servicio de la sociedad y de las personas. Si una institución no ofrece ningún servicio a nadie y la sociedad en general no obtiene de ella ningún beneficio, pierde su razón de ser.

Pero si no es éste el caso, creo que no se pueden negar los beneficios que nos proporciona lo institucional en cuanto que es su fin propio; y su negatividad o su ‘peligro’ habrá que buscarlo en algún otro ámbito, quizá en el ámbito de aquellas personas que provocan que lo institucional no responda a su fin propio sino a otro desvirtuado.

Por lo general pensamos que nuestro comportamiento público tiene que ser diverso al personal. Si en el personal (familiar, amigos) vemos como normal comportamientos generosos, desinteresados, no así en lo público. Y del mismo modo que una relación personal no puede funcionar auténticamente sin dosis fuertes de generosidad, me planteo si no ocurre lo propio en lo institucional, me planteo si este ámbito público puede ofrecer garantías si todos nos limitamos meramente a cumplir. No, no estamos acostumbrados a practicar en ese ámbito… la generosidad, o incluso la caridad (siguiendo a Ricoeur), todo lo contrario: ya nos cuesta dar lo que por ley está establecido, y en cuanto podemos nos escaqueamos.

Sin embargo, la generosidad y la caridad no necesariamente se encuentra donde estamos habituados a encontrarla; puede hallarse también en cualquier servicio público institucional si el que lo realiza lo hace desde la disposición oportuna: un funcionario administrativo, un agente de la seguridad,… casos hay de sobra. Cuando cualquier individuo ejerce una acción concreta caritativa, no tiene que hacerlo necesariamente ante alguien concreto que tiene delante, sino que lo puede hacer perfectamente ante un tú indeterminado, un tú social. Y es que la repercusión de lo que hagamos no afecta únicamente al tú que tenemos delante, sino también al tú lejano al cual accedemos precisamente a través de lo institucional. En nuestras sociedades el peso de lo institucional está aumentando continuamente, de manera que tan relevante puede ser mi comportamiento con el tú que tengo presente como con el tú lejano no presente pero sobre el que actúo sin ser consciente a través de lo institucional; no sólo ante el tú conocido sino también ante el tú extraño.

Uno de los misterios de la vida es que nosotros nunca sabremos cuándo tocamos de verdad el fondo de las personas. ¿Quién puede saberlo? Usualmente pensamos que lo hacemos en las relaciones de proximidad, pero en el fondo no podemos estar seguros. A menudo, nuestra preocupación por el otro no es más que una manifestación de nuestro ego que anhela exhibirse para ser contemplado y aplaudido; y quizás cuando pensamos que no hemos ‘tocado’ a nadie resulta que sin ser conscientes de ello lo hemos hecho mediatamente a través de los cauces públicos de nuestra sociedad: nuestro trabajo, cualquier actividad comunitaria,… Nunca sabremos si hemos alcanzado a alguien; es más grato a nuestro ego intentar averiguarlo en las relaciones cortas, aunque eso sea ‘a costa’ de las largas; sin embargo, no cabe duda de que también desde éstas realizamos verdaderas acciones de caridad y de servicio, quizá las más auténticas precisamente por la ausencia de cualquier tipo de reconocimiento (por lo general).

Mientras tanto nos movemos en esa zona de claroscuros, en ese ámbito de grises en el cual seguimos ‘peleando’ para no sucumbir ante la protección que nos depara la consideración del otro como socius frente al riesgo y a la vulnerabilidad que nos supone considerarlo prójimo. Paradójicamente, y tal y como nos hace ver María Zambrano en sus reflexiones sobre la democracia, cuando más seguros creemos estar  protegiéndonos de nuestro alrededor resulta que es cuando más alejados estamos de nosotros mismos, y cuando más vulnerables nos creemos porque nos abrimos auténticamente al otro, más cercanos estamos de nuestra auténtica identidad.

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