24 de noviembre de 2015

Arrancamos con la hermenéutica de Gadamer

Ya hemos dado comienzo a una nueva edición del Seminario Filosófico de Investigación Ética. Lo hacemos de la mano de un libro que no sé si considerarlo como un clásico, pues no hace tantos años de su publicación como para eso, pero de lo que no cabe duda es de su trascendencia en la segunda mitad del siglo XX: se trata de Verdad y método, de Hans-Georg Gadamer (mi hijo me dice que este señor tiene nombre de El Señor de los Anillos, je, je).

Esta primera sesión ha sido bastante distendida. Pero los saludos y demás han dado paso enseguida a anécdotas y comentarios relacionados ya con la obra que nos ocupa. El prólogo del libro no tiene desperdicio. Me refiero al prólogo a la segunda edición, en el que el autor ya recoge ecos de las distintas reacciones que suscitó la primera. Como nos dice el mismo Gadamer, el texto como tal ha variado poco, tan sólo para intentar dar respuesta o esclarecer pasajes que fueron criticados por lectores y colegas. 

La hermenéutica gadameriana surge como respuesta a una pregunta que permanece vigente desde hace ya muchos siglos, me atrevería a decir que desde siempre. Tan sólo que quizá sea en estos últimos tiempos cuando sea más pertinente dado el marcado carácter científico-positivo de nuestro conocimiento. La pregunta en cuestión se podría formular así: ¿hay algún tipo de verdad en las ciencias conocidas como ‘del espíritu’? O dicho de otro modo: ¿sólo hay un tipo de verdad, la verdad científica, de modo que toda pretensión de verdad se ha de ver reducida al uso de una metodología científica? Para Gadamer esto no es así, y según él podemos hablar efectivamente de otro tipo de verdad. Para introducirnos a ella, nos ofrece una idea muy bonita, y que tiene que ver y mucho con nuestra actitud personal, porque ese otro modo es una verdad ‘que sólo se hace visible a través de un tú’, y que además precisa que uno sienta la necesidad de ‘que se tiene que dejar decir algo por él’. Entonces, si la respuesta a esta pregunta es que efectivamente hay otro tipo de verdad: ¿cómo articularla filosóficamente, cómo fundamentarla?

Lo que se ha intentado hacer durante los últimos años ha sido extrapolar el modelo de verdad científica a las ciencias del espíritu. Pero si nos damos cuenta, en esta actitud se encontraba implícita la idea de que lo ‘no científico’ era algo inferior a lo científico, ya que había que encontrar en lo ‘no científico’ un modo de verdad similar de alguna manera a la científica. Gadamer intenta sustraerse de este planteamiento (de hecho lo hace), apelando a otro modo de aspirar a la verdad, o a otro modo de plantear el problema. Ello no quiere decir que no piense que haya herramientas científicas aplicables a disciplinas del espíritu, sino que no todo en las disciplinas del espíritu es reducible a lo científico; es más, quizá en su esencia sea algo radicalmente diverso.

Y es algo tan radicalmente diverso que incluso interviene en el propio hacer científico, a pesar de que en general los científicos no se hayan hecho eco de ello. No se trata de decir cómo han de hacer los científicos su trabajo, sino de alcanzar una mayor comprensión del modo en que lo ejecutan, por intervenir en su ejercicio elementos no estrictamente científicos. Es algo que lo subyace y que incluso es previo al desempeño científico; pero también —y esto es importante— al desempeño filosófico, y en general a cualquier modo de desenvolverse en la vida. Porque la hermenéutica es algo que nos afecta a todos, seamos científicos o no, seamos filósofos o no, aunque no nos demos cuenta. Como leí recientemente, «’hermenéutica’ es una palabra que la mayoría de la gente no conocerá y no necesitará conocer, pero a ellos les afecta en igual medida la experiencia hermenéutica». Pues sí.

Un primer paso es intentar alcanzar la comprensión de lo que estemos haciendo (ciencia, filosofía,…), pero no es suficiente; porque de lo que se trata es de comprender el proceso mismo de la comprensión. No se trata de una mera metodología para aplicar a diversos procesos para saber cómo se dan y cómo se ejercen sino de algo experiencial, en lo que nos vemos involucrados en el mismo proceso comprensivo. En palabras de Gadamer: «la comprensión no es nunca un comportamiento subjetivo respecto a un ‘objeto’ dado, sino que pertenece a la historia efectual, esto es, al ser de lo que se comprende» (frase, por otro lado, que no tiene desperdicio, porque aparecen en ella conceptos clave de su pensamiento: la relación sujeto-objeto, historia efectual, el ser de las cosas, la comprensión misma,…). Lo que Gadamer intenta decirnos con la frase es que seamos conscientes de que estamos inmersos en una especie de circularidad, según la cual somos hijos de aquello que queremos comprender, influyéndonos en el ejercicio de nuestra propia comprensión.

Esta circularidad es difícil de comprender, pues estamos acostumbrados a ser nosotros (sujetos) los que nos las tengamos que haber con las cosas (objetos) que están ahí, frente a nosotros; pero el caso es que nosotros estamos involucrados de alguna manera en el hecho de la comprensión del objeto (en la misma ejecución del comprender), de modo que la dualidad entre sujeto y objeto se difumina, alcanzando una especie de unidad sujeto-objetual. Esto es lo que quiere decir lo de la circularidad. Porque la aplicación metodológica implica ya un segundo estadio sobre lo que es el mismo fenómeno de la comprensión, del que depende.

Gadamer da un paso más de la hermenéutica de Heidegger, insistiendo precisamente este carácter circular. Si bien se apoya como su maestro en la fenomenología, no la considera tanto desde su carácter metodológico como desde este carácter experiencial. Y esto le dota de unas posibilidades verdaderamente asombrosas, y muy fecundas. Proyección que no es tanto la de un ‘saberlo todo’, sino la de un ‘situarse de un modo distinto’ desde el cual alcanzar una comprensión diversa (más global) que nos ayude a dar sentido a nuestra existencia. En Gadamer no encontramos grandes verdades dogmáticas, sino un ‘sentido’ que se va construyendo poco a poco, generación a generación, cultura a cultura,… y que gracias a su entronque con lo real (cuestión que a mí me suscita no pocas dudas, me refiero al entronque de la hermenéutica con la realidad según el pensamiento del autor) le impide caer en un relativismo fácil (postura que han seguido otros numerosos autores).

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